miércoles, 14 de julio de 2021

Sobre mi único odio sin sentido

     Yo lo admito. Soy una persona pasional. Me pongo rápidamente nervioso y entro al trapo con cualquier tema. Ya sea sobre qué coches son mejores (aun nunca habiendo pasado de cambiar el aceite o la rueda a alguno),  sobre el inexcruciable dolor que es existir en este mundo, o cómo cocinar con un horno. Da igual, entro al trapo automáticamente. Cojones, el mismísimo origen de este blog es porque me va opinar cual tertuliano esquizofrénico.

    Pero, al final del día, muy al final ciertamemente, hay moderación. Y si he errado con mi opinión, corrijo lo equivocado. Siempre fundamento todo lo que hago de la forma más empírica y racional que mi cerebro es capaz de procesar. Nunca actuo con rencor infantil.

    Salvo un tema.

    Los platanos.

    No los tolero. Un torrente de intransigencia me invade. Aberro su olor, su tacto, sabor, aspecto...A lo sumo doy cabida a su imaginería. Cuando un plátano se planta ante mi cara, ya sea en el super o alguien comiéndolo por la calle, inconscientemente el rostro se me torna en una mueca desagradable y taciturna. Algo así.

    

Mirá lo que descubrí de Wilson Fisk - Humor en Taringa!


    Mi odio es puro e irracional. 

 

    Las venas se me llenan de vinagre, del estómago me empieza a ascender reflujo a cal viva. El humor vítreo de mis ojos se nubla, los dientes me rechinan como hierro quemado. Miles y miles de ondas eléctricas salen de cada una de las células de todo mi cuerpo, recorriendo la espina dorsal y aunándose en lo más recóndito de mi mente, como un fantasma, que sale despedido en forma de un géiser de manía cáustica.

    No tengo nada en contra de las islas Canarias, están habitadas por buenas gentes, incluso he tenido algúna amistad o romance con personas nacidas en Canarias. Pero de ser necesario para la extinción del plátano de Canarias y sus allegados, bombardearía con napalm el archipiélago africano. Sin remordimiento, sin lágrimas.

    Aún más. Si tuviese que dar la vida para garantizar la completa extinción de los plátanos en la Tierra, lo haría. Aunque supusiera una muerte agónica y lenta como el deslizar de un caracol. Incluso a pesar de que no tendría sentido borrarme del mapa si no voy a tener que compartir mi existencia con más plátanos. 

     Símplemente, la gratificación de saber que ni yo ni nadie más comerá plátanos me es suficiente para ir con la conciencia en paz a la tumba o fosa que me toque como destino.

 

    Yo no pido ser un mártir, sólo lo justo: un mundo libre de excesos bananeros.



    Bueno compadres, ¡hasta la próxima!




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