martes, 10 de agosto de 2021

Situaciones de besugo

 Basado en hechos reales.


Entraba en un Mercadona, todo sudoroso del calor juliano. Mi intención era pillarme un paquete de galletas de chocolate blanco con limón. Había tenido un día de mierda, venía rebotado del coche y solo quería hincharme a azúcar. No deambulo por los pasillos, voy directamente a la sección de dulces y bollería. La música baratera de supermercado me inunda los oidos

Allí encuentro mi paquete de galletas de chocolate blanco con limón. Estoy a dieta, pero cuando me la salto, quiero hacerlo con algo que me gusta realmente. Gracias a los genios de estrategias de marketing, en la estantería hay otro paquete de galletas de crema cacahuete con chocolate. Me puede la gula y me lo pillo también. Memorizo la suma de los precios.

No queriendo comprar la sección entera, marcho a paso acelerado a la caja registradora. La gente a mi alrededor observa estupefacta cómo recorro los pasillos cual atleta de marcha olímpica. Busco una caja registradora sin colas. Solo veo viejos con bolsas de pimientos y mujeres exacerbantemente mantecosas con carros de la compra llenos a rebosar. 

Una voz se alza.

-¡Por aquí!

Un empleado me llama, está libre. Corro a la cinta de la caja registradora y arrojo los dos paquetes de galletas. No aparto la vista en ningún momento de mis presas. Hago malabares mentales para evitar abrirlos sin pagar. Saco el dinero exacto de mi cartera, o casi, me van a sobrar cinco céntimos.

-Hola, buenos días soy Luis.

Alzo la mirada. Un hombre, veintialgos años, esbelto, uniformado sosamente de verde, pero con un peinado y bigote muy bien cuidados, el resto de su imagen acicalada. Efectivamente porta una pequeña placa en el pecho donde se lee "Luis". No me fijé en más detalles por las prisas.

-Buenas.-Contesto sosamente.

Luigi procede a escanear mis galletas.

-Uuuy estas galletas son muy buenas, qué buen ojo tienes. Yo suelo comerme unas cuantas todos los fines de semana.

-Si.-Contesto sosamente.

-No te van a durar mucho ¿verdad?.

-Son para compartir en el trabajo.-Miento descaradamente. Estoy con contrato de prácticas, y no voy a compartirlas con nadie. 

-Aaay qué considerado. ¿Vas a querer bolsa?.

-No hace falta, no estoy lejos de donde voy.-Verdad a medias, las galletas no van a durar ni un minuto después de salir del supermercado.

Luis teclea la máquina registradora. Se gira para sonreirme, apenas lo veo porque estoy acopiando las cajas de galletas.

-Son dos con cuarenta y cinco.

Saco dos euros y medio. Luis me tiende la mano delicada y atentamente, pero suelto el dinero en la encimera de la caja registradora. 

-Ains, no sé si voy a tener cambio de cinco céntimos.

-Quédese con el cambio.

-Ooh no no, ¡no quiero quitarte dinero!.-Exclama Luigi mientras saca una diminuta moneda acompañada del ticket de compra.

Se lo arrebato rápidamente cual gaviota robando bocadillos de calamares a un turista. Luigi prosigue hablando mientras guardo el dinero y el papel.

-Oye, no eres muy de por aquí ¿verdad?. Yo suelo trabajar el turno de mañana y nunca te he vis...

-No.-Contesto con cortante sequedad.-Adios buen turno.

-Adios que tengas un día estupendo ¡vuelve pronto!

No oigo nada más, como un jugador de rugby me largo a toda leche con las galletas bajo el brazo. 

Fuera del Mercadona, me marcho a la calle de al lado, a la sombra me papeo  el primer paquete de galletas, chocolate con cacahuetes. No está nada mal. No tardo nada en  vaciar su contenido y realizar la misma acción con el paquete de galletas de chocolate blanco con limón. Sabroso, pero ni por asomo llena mi vacío existencial. Tiro los envoltorios a un contenedor de reciclaje. Voy al coche y arranco.

Medito sobre mi impulsividad alimenticia mientras salgo del barrio y tomo la salida. Como un relámpago centelleante, un Eureka de lo rídiculo, me hago consciente de lo que me ha pasado.

-¡Noooo, hay que joderse!¡Me cago en los curas enanos!.- Grito mientras aporreo el volante.

Por culpa del ansia viva, he tirado por la borda una posible cita solo para irme a comer galletas. Igual no habría conducido nada a medio-largo plazo, pero igualmente me habría llevado unas galletas el fin de semana. 

Mientras surco la carretera nacional, hago rugir el débil motor del coche, en un intento de ahogar los pensamientos de vergüenza y culpabilidad. El asfalto se vuelve testigo de mi estupidez mientras desaparezco por el horizonte...




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